Carnavales: mestizaje, color y alegría

Pocos eventos reúnen en un mismo lapso y espacio tanta variedad de expresiones artísticas, culturales, religiosas y étnicas. Un vistazo a la fiesta popular que da cuenta de la vasta riqueza material e inmaterial que ofrece nuestro privilegiado territorio

“El Carnaval asumió y resumió todo”. Esta frase del articulista y ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal ilustra el poder que tienen los carnavales para los pueblos del mundo. En Colombia, lo anterior implica, por supuesto, hablar de mestizaje, pues gracias a la amalgama única de modos de vida y costumbres que existe en esta tierra por cuenta de nuestra particular mezcla étnica, las fiestas colectivas se han convertido en una muestra del enorme acervo cultural con que contamos.

Solo hay que echarle un vistazo a los dos carnavales colombianos considerados por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad: el Carnaval de Barranquilla y el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, Nariño. La música, el baile, el vestuario y los ritos resumen el aporte realizado por cada grupo étnico nativo y foráneo que ha pisado estas tierras, cuya fusión es lo que escenificamos en la fiesta colectiva.

Cada región tiene una celebración propia, cuenta una historia de mestizaje particular y ofrece una variedad específica de expresiones artísticas, culturales y religiosas, lo que hace a Colombia una tierra rica en manifestaciones de diversidad.

El colorido del maquillaje y de los disfraces, que va de lo puramente folclórico a lo lúdico y lo teatral, es solo una pequeña prueba de la multiplicidad que nos caracteriza. No existe un único baile, un único ritmo, una única música, un ritual común, existen decenas de danzas, ritmos, melodías y rituales diferentes, incluso en una misma fiesta.  

El exceso de color, de música, de baile y de brillo, todo al mismo tiempo, es lo que demuestra el lujo de la diversidad que nos hace un país único.

Única es también la alegría que se expresa en este momento de celebración en el que todos son bienvenidos. No hay estratos ni clases ni distinciones. Cada quien encuentra su lugar y se siente representado de alguna forma. Por eso los ánimos se exaltan.

La crudeza de la realidad compartida se vuelve anecdótica, el presente se suspende y la rutina deja de ser lo “normal”. Todo entra en una especie de paréntesis en el que el pasado es fuente de inspiración y el futuro no existe.

Esta catarsis colectiva es un lujo que nos damos como país, no solo por todo lo que tenemos para ofrecer al mundo, sino porque es justo en este instante cuando abrazamos aquello que nos hace lo que somos, auténticamente, sin juicios ni comparaciones y porque como dijo por allá en el 2013 el entonces ministro de Cultura Juan Luis Mejía Arango, en el acto de instalación del Encuentro Internacional de Carnavales en Barranquilla: “El carnaval nos recuerda cuánta felicidad puede darnos el mundo, cuando sabemos perder ese control que siempre nos agarra a la tierra y que nos hace a veces perdernos de tanta dicha”.

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